MIGUEL
HERNÁNDEZ
Miguel
Hernández nació en Orihuela el 30 de Octubre de 1910 y murió en
Alicante el 28 de Marzo de 1942.
Tuvo que
abandonar muy pronto la escuela para ponerse a trabajar; aún así
desarrolla su capacidad para la poesía gracias a ser un gran lector
de la poesía clásica española. Forma parte de la tertulia
literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y establece con él
una gran amistad.
A partir
de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El
Pueblo de Orihuela o El
Día de Alicante. En la década
de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas publicaciones,
estableciendo relación con los poetas de la época. A su vuelta a
Orihuela redacta Perito en
Lunas, donde se refleja la
influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en
su viaje a Madrid.
Toma parte
muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta intenta
salir del país pero es detenido en la frontera con Portugal.
Condenado a pena de muerte, se le conmuta por la de treinta años
pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis en la prisión
de Alicante.
Durante la
guerra compone Viento del pueblo
(1937) y El
hombre acecha (1938) con un
estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel
acabó Cancionero y romancero de
ausencias (1938-1941). En su
obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San
Juan de la Cruz.
VIENTO
DEL PUEBLO
Atraviesa
la muerte con herrumbrosas lanzas,
y
en traje de cañón, las parameras
donde
cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y
llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura
de las eras,
¿qué
tiempo prevalece la alegría?
El
sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y
hace brotar la sombra más sombría.
El
dolor y su manto
vienen
una vez más a nuestro encuentro.
Y
una vez más al
callejón
del llanto
lluviosamente
entro.
Siempre
me veo dentro
de
esta sombra de acíbar revocada,
amasada
con ojos y bordones,
que
un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y
un rabioso collar de corazones.
Llorar
dentro de un pozo,
en
la misma raíz
desconsolada
del
agua, del sollozo,
del
corazón quisiera:
donde
nadie me viera la voz ni la mirada,
ni
restos de mis lágrimas me viera.
Entro
despacio, se me cae la frente
despacio,
el corazón se me desgarra
despacio,
y despaciosa y negramente
vuelvo
a llorar
al
pie de una guitarra.
Entre
todos los muertos de elegía,
sin
olvidar el eco de ninguno,
por
haber resonado más en el alma mía,
la
mano de mi llanto escoge uno.
28. Malena
Sempere Martín
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